RECUERDOS UN DOMINGO
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Mujer con vestido verde (1930) Tamara de Lempicka (1898 - 1980) |
A veces escribía a mano y después me encerraba en esa especie de pecera y pasaba mis cuentos a la computadora. A los 10 años escribí "Adiós", un relato sobre la vida y la muerte escondido en un diálogo sencillo entre madre e hija. Mamá me acompañó, un tiempo después, a recibir un premio literario por ese relato a una ciudad que no era la mía. En la placa habían escrito mal mi apellido. Esa era otra razón por la que me daba vergüenza mostrarla y la guardé.
Seguí escribiendo. A los 12 empecé un taller literario que me marcó para siempre. No quiero escribir ahora sobre eso. Ni sobre Daniel. Tengo demasiados recuerdos de esos encuentros de largas horas, donde los otros tomaban whisky y yo coca-cola. Por alguna razón él me aceptó. Me aclaró de entrada que no era un taller para niños. Yo le había llevado un cuento impreso en color rosa. Se llamaba "Soledad sin pena" y contaba una anécdota de mi madre cuando era chica, aunque el personaje no era mi madre. Creo que fue Karina, mi hermana mayor, la que me acompañó a la entrevista con Daniel. Y empecé el taller. Algún día contaré lo que significó para mí esa experiencia, el encuentro con la obra de Juan Carlos Onetti y Abelardo Castillo a esa edad. A mis 12 nunca hubiera imaginado que quien había escrito "El que tiene sed" se convertiría, algunos pocos años más tarde, en mi gran maestro. Todavía recuerdo el día que llamé a Abelardo por teléfono la primera vez. Me pregunto dónde habrá quedado toda esa osadía mía, por qué con los años me fui desencantando del mundo. Y ahora que lo escribo me doy cuenta de que en la palabra desencanto se esconde uno de mis verbos favoritos: cantar. Y es cierto. Cuando era chica escribía como si cantara. Esa era mi voz. Me gustaba variar los tonos, entrar y salir de mi propia voz (como si eso fuera posible). Hace unos años, cuando estudié canto lírico, supe que mi voz podía llegar a lugares que no conocía. No pude seguir estudiando pero algo cambió en mi escritura. Algunos procesos vitales llevan tiempo y la escritura para mí es un proceso vital.
Hace poco cumplí 33 años y hay algo de ese canto infantil que vuelve. Ese canto que interrumpí a los 19 años cuando publiqué un primer libro de cuentos con la misma osadía y desfachatez con la que llamé a Abelardo y me presenté frente a él y Sylvia. Ese librito me hizo tan feliz durante tanto tiempo. Creo que lo escribí para justificar las horas que me pasaba en la sala de estudio recordando cuando mis hermanos charlaban apasionados y yo los miraba desde la puerta. No sé cuántos años tenía esa nena, pero sé que era chiquita. Nunca voy a entender el lenguaje matemático de esos libros forrados en color cremita, ni el de las redes de pesca, ni los dibujos y diagramas que quedaban en el pizarrón verde. Aunque todavía cierro los ojos y puedo verlos.
Sería interesante reconocer porqué uno se va desencantando del mundo. Pero también hay post como éste tuyo, que sutilmente, al menos a mí me invita a cantar para reestablecer una profunda mirada. Gracias, leerte fue de gran ayuda hoy. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias Karla por tus bellas palabras. Qué bueno que este pequeño post te haya invitado a cantar y que haya sido de gran ayuda para vos hoy. Me das una alegría enorme. ¡Buena semana!
EliminarQue bonito relato. Recordar la infancia y más aún escribirla debe ser un placer.
ResponderEliminarSaludos.
¡Gracias María por tu lectura! Escribir la infancia es difícil pero a veces muy necesario. Cariños y buena semana.
EliminarAy, Sofi: cada día escribís mejor! Cuánto nos une! Le hemos hecho cada una a su manera y en su momento un homenaje al inolvidable Abelardo. Preciosa tu memoria!!! El recuerdo es lo que nos hace ser una persona, una y no otra!!!! Besos y MÁS QUE FELICITACIONES, écrivaine!!!
ResponderEliminar¡Gracias, Cris querida! Es cierto: uno se construye también en la memoria. Quizás por eso nunca se clausura y siempre está ahí, latente. Hay que animarse a explorarla. ¿Pero qué te voy a decir a vos? Que estás en plena exploración de profundis. ¡Besos!
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